02 octubre 2010

Perfume de Oro - Pte. 5

Permitiré que la nieve me abrace. Dejaré que el viento sea el que me susurre al oído. Aceptaré que lo único que me hable como lo hacías tú sea el recuerdo, el maldito recuerdo. En París, querida, en París.


El chillido de la puerta la interrumpió. Una mujer joven con inocente sonrisa se asomó en la habitación. Sus ojos tramaban algo, algo que se intuía desde que recibió una llamada de la misma mujer, su hermana, a las 10:00 de la mañana. Aquella travesura que estaba por llevar a cabo, era una que a Rocío no le causaba el mayor entusiasmo.


-- Hola, hermanita.


Cuando se confirmó quien era su visitante, Rocío oculto el libro en sus manos detrás de uno de los cojines de su sillón. Inviernos en París le había cautivado tanto que lo leía cada vez que se encontraba nostálgica por cualquier cosa; pero esos días no le daba ningún resultado, está vez aquel recuerdo, en vez de desaparecer, se alimentaba y molestaba más y más. Y seguía leyendo el libro, no para curar la nostalgia, si no para no olvidarlo a él. No olvidar a Daniel.


-- Hola, Mariana. -- respondió sin el mismo ánimo que quien la saludaba. -- Dime ¿a dónde planeas llevarme hoy?


-- Estarás feliz de los planes que te tengo para hoy. ¡Estoy segura que te encantarán! Primero iremos a un café que un conocido mío abrió recientemente, va todo tipo de gente adinerada, gente con la que te gusta llevarte.


-- Ya no más. -- Rocío se hundió más en el sillón, decidida a no dejar que Mariana se saliera con la suya. -- ¿Por qué no invitas a tus amigas? Ellas sí que desearían llevarse con esa gente, de hecho, se les ve muy necesitadas. -- el tono de burla en su voz era obvio.


-- La necesitada aquí eres tú, y lo sabes. Necesitas un cambio de vida, olvidar a ese hombre, y volver a las fiestas adineradas, con regalos caros que antes te daban. - insistió la mujer mientras se sentaba junto a ella. -- Extraño esos regalos.


-- Eres tan egoísta. Sólo quieres que vuelva a ese ambiente para que tú estés en él. No pasará, odio a esa gente, siempre la odie y lo sabes.


Si se miraba a la Rocío de hacía un año, y a la que ahora estaba sentada en su departamento leyendo la novela de un hombre con quien alguna vez salió, podía notarse una clara diferencia. Su rostro no tenía ni el más mínimo maquillaje, debajo de sus parpados unas ojeras confesaban el insomnio que sufría, y las prendas eran las más sueltas y aburridas que jamás había usado (suéter tejido color caqui, pantalones negros gastados y pantuflas negras). Aquellos rasgos eran sólo el exterior, pues su actitud y mirada revelaban la tristeza y la soledad.


A pesar de que alguna vez fue una de esas chicas que hacían de adorno a los millonarios de la ciudad, siempre detesto a esa clase de chicas. Hueca y superficial eran las peores características que, para ella, una mujer podía tener. Por desgracia, ese medio era el único que le daba de comer a una joven que había sido expulsada de el bachillerato por atacar a un maestro que le negó una nota aprobatoria por no acompañarlo al cine el viernes en la noche y que necesitaba mantenerse a ella y su pequeña hermana porque su madre no había sido lo suficiente valiente para cuidarlas. Con carácter fuerte y adolescente problemática, se ganó no ser admitida en ninguna otra escuela e incapaz de continuar sus estudios, cosa que la llevó a hacer lo que se había prometido no hacer: degradarse a sí misma.


-- Escuche en la radio que saco su nuevo libro. Él sigue con su vida, y se le oía muy feliz. Seguro sale ya con otra, me atrevería a decir que más joven que tú. Los hombres de esa clase son así, aprovecha tu tiempo antes de que los 30 te coman toda esperanza de vivir. No le importabas ¿por qué a ti sí si nunca nadie te interesó lo suficiente? Entiéndelo, vivirás sola, y el consuelo que puedes tener es el dinero, pero si sigues ahí tirada llorando como magdalena y lamentándote cada noche, terminarás con nada. -- replicó, enfadada su hermana -- No eres la clase de mujer que encuentra el amor, los hombres te miran porque eres guapa, pero se quedan son sus esposas porque a ellas las aman. A ti nadie te amará, ni a mí, hermana. Daniel no era la excepción. Soy lo único que tienes, llámame cuando lo entiendas. -- seguido, Mariana desapareció por el mismo lugar que entró.


Era verdad, no era la clase de mujer que encuentra el amor, pero se equivocaba en algo: Daniel sí era la excepción. Se levantó y se dirigió a su habitación. Debajo de la almohada sacó un nuevo libro. Perfume de oro, por Daniel Soto. Sabía porque lo había llamado así, un nombre tan superficial debía significar la capa externa que Rocío mostraba. Se recostó y abrió el libro.

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