Lee unos
poemas el hombre
de otro
planeta:
“un amor
capaz de
convertir al sapo en rosa”,
y frunce
el ceño:
—¿qué es
la rosa, qué el amor?
¿qué cosa el sapo?
No nos entendemos.
Eduardo Lizalde – El tigre en la casa
¿Qué es la literatura? La respuesta a
esta pregunta se esconde detrás de cada nuevo texto en el primer momento que
percibimos su sombra. La literatura y su definición nos enfrentan a un juego de
escondidillas interminables, al cual, por el asombro estamos dispuestos a jamás
rendirnos. La única certeza que tenemos todos los que de alguna forma nos
relacionamos con esta disciplina amorfa –críticos, estudiantes, escritores,
poetas, lectores– es que la literatura es vida.
La comunión entre vida y literatura va
más allá del viaje que decidimos recorrer en y a través ella. Ya sea una
realidad exacta o su desapego en la creación total de nuevos mundos: las
esporas de la vida son el origen de la literatura. El autor libera la semilla,
la obra artística la siembra y el lector le dispone de lo necesario para su
germinación. La comunión está en su creación, transformación y trascendencia:
la una existe por la otra, la otra debe su razón a la una.
Hemos mantenido el contacto con la
literatura a través de los años por una única constante en ella: la capacidad
de provocar asombro. Así como permitimos que la respuesta a qué es la
literatura se nos esconda, de la misma manera jugamos con el asombro. No hay un
esquema específico que el autor deba seguir para provocarlo en su lector: simplemente
permite que la sombra que al inicio percibíamos se introduzca en la obra
literaria y así la persigamos mientras leemos.
Muchas veces es el lector el que no
posee capacidad de asombro, no como una escasez de él, sino la falta de cierto
contexto en el que se desarrolla la obra. Si a un niño de diez años lo
invitamos a leer los textos antiguos griegos o el Popol Vuh, lo más probable es
que le parezcan aburridos. En determinados casos, la literatura opta por
transformar los textos a un lenguaje más cercano con el lector, y así, le
permite alcanzar el asombro. Por lo tanto, este está no solamente en la obra
literaria, sino en la realidad del lector.
Sabemos que lo que nos mantiene en la
obra es el asombro. Pero, ¿qué nos acerca a ella? Existen dos razones por la
que mostramos interés en la literatura: para distraernos y para conectarnos.
Siempre una de ellas es la intención consciente, la otra permanece oculta, pero
presente. El acercamiento a la realidad está en el reconocimiento del origen
literario en la vida. El alejamiento, en la extrañeza de lo nuevo, lo ajeno. La
dialéctica entre ambos casos es la maravilla de la literatura: la ruptura de lo
cotidiano para abrir los ojos y entenderlo como realmente es, dejar de sólo
darlo por hecho.
(...)
la literatura se vuelve radical cuando escribe contra la narración. La
literatura que me interesa no despliega, sino que suspende, anuncia que algo se
ha detenido, algo que escapa a la cadena lingüística, que la pone en cuestión;
anuncia la emergencia de la singularidad, la llegada del futuro. (Tabarovsky,
2004: 62 – 63)
La
ruptura de la literatura con la realidad no es la negación de ésta. Es novedad
hasta el punto en que transforma lo que ya existe: busca la libertad, no el
libertinaje. La diáspora de la literatura pasada no busca concentrar la nueva
en un envase cerrado, en los famosos presupuestos estilísticos. Al contrario,
busca crearla y enriquecer su existencia a través de la experiencia. Se han
descubierto muchas formas de narrar y versificar; no es nuestra intención
negarlas, sino enfrentarlas. La comparación de la literatura antigua con la
nueva no debe ser una competencia, sino un asombro ante ambas, por la tradición
y la novedad.
De
la misma manera en que no se niega su pasado, la creación literaria no es
divina. Es decir, no sigue el concepto de la aparición a partir de la nada. El
ser humano es antes de crear la literatura, la literatura guarda algo de ese
ser, y después éste, en su relación con la literatura es algo más. La
literatura posee en sí misma el significado del hombre. La construcción
literaria está ligada a lo que somos, escondida en el enlace con la realidad.
¿Hasta
dónde el asombro, ese destello que nos atrae, es en realidad un guiño de
nuestro ser escondido? A través de la literatura, de su lectura profunda, la
realidad va abriéndose paso, nuestra realidad. Quienes somos está en nuestra
lectura, mientras que el catalizador –el guiño de nuestra realidad– espera a
que la reacción ocurra: el fenómeno de reconocernos a través de lo que al
parecer alguien escribió, ahora reescrito por nosotros.
Durante
la unión entre lector y obra artística debe ocurrir el estudio de la
literatura. Acercarse a un texto desde un entorno ajeno, negando su rasgo de
realidad, es estudiarla fríamente, quitarle la vida. Pero, en su oposición,
absorberla por completa como nuestra, ajustarla a nuestros intereses, en un
envase donde no cabe, es asfixiarla. Su tratamiento debe llegar a un equilibrio
entre lo propio y lo ajeno. Somos de la obra literaria, y por ello nos enseña
al mismo tiempo que le otorgamos significado. Estudiar literatura es mantenerla
libre, abrazarla, no atraparla y asesinarla.
La crítica literaria ha procurado
estructurar estándares que logren diferenciar entre los textos que son literatura
de los que no lo son. Por supuesto que esta separación en manos de un ‘experto’
es importante, pero ¿cuántas veces los críticos no se han equivocado con obras
de su tiempo que después fueron un gran éxito y hasta la fecha provocan asombro
en los lectores modernos? Definir la literatura a partir de presupuestos
estéticos y teóricos es lo mismo que ajustarla a nuestros intereses y
asfixiarla. No niego los esquemas teóricos, puesto que muchas veces son de
importante ayuda, sino los demuestro como eso: teoría, no verdad total.
Entre los preceptos estilísticos –que
son acertado siempre que se traten como auxiliares y no determinadores– está la
separación de la literatura de acuerdo a su relación con su contexto. En
términos generales podemos hablar de tres tipos: tradicional, vanguardista y
comprometida. La tradicional es la literatura hasta antes del siglo XX: su
relación con los preceptos estilísticos es muy profunda. La vanguardista,
aparentemente, busca alejarse de las normas tradicionales. La comprometida es
aquella que expone un problema –en su mayoría, social– y hace reflexionar al
lector.
Hablé
de dejar en libertad a la literatura, como si ella fuera la única que la
mereciera. En realidad, la literatura, a través de su propia liberación, nos la
otorga a nosotros como lectores e interpretantes –razón por la que muchas veces
es malentendida. La literatura, en relación con su realidad, posee realmente
los tres esquemas anteriormente dichos, y está en nosotros elegir cuál seguir,
cuando lo ideal sería admitir la existencia de los tres. La literatura posee un
secreto que le da belleza (tradicional) y novedad (vanguardista) que en
resultado provoca asombro y revaloración de lo humano (comprometida).
La
verdadera literatura no es la que sigue al pie de la letra los sistemas de
versificación o la que, sin interesarse por la forma, denuncia hechos sociales.
La verdadera literatura es la mezcla de los tres, cuyo único interés constante
es tener a un lector a quién cambiar. Nos dicen qué es literatura y qué no lo
es: es nuestra tarea atrevernos a demostrarlo, y en su caso, desmentirlo. Mi
postura crítica no está, ni estará basada totalmente en argumentos teóricos o
compromisos sociales. Estará en medio, en el lugar donde YO como lector, puedo
otorgarle mi experiencia a otro posible YO, y éste, mediante la suya a otro YO,
así hasta lograr una continuidad.
No
he ahondado específicamente en la literatura latinoamericana para no cometer el
error de envasarla y ahogarla. Es cierto que no es igual a la occidental u
oriental, y en definitiva, ha creado sus propios preceptos estilísticos. Pero
envolver a la literatura latinoamericana en su inmensa diversidad –así como
también sería el caso de la occidental y oriental– sería asfixiarla y anularla.
Eduardo Restrepo hace la siguiente reflexión en relación con los estudios
culturales y la literatura puede servirse de ella:
Desde
el lugar donde se enuncian los estudios culturales, hay algunas preguntas, un
tipo de bibliografía, unas conversaciones y problemáticas que pueden marcar
cierta especificidad, pero la latinoamericanidad es una entidad heterogénea,
muy diversa. (...) Por tanto, siguiendo a Nelly Richards, es más adecuado
referirse a estudios culturales sobre/desde
América Latina que a estudios culturales latinoamericanos. (Restrepo, 2012: 186
– 187)
La
crítica literaria en América Latina debe ser hablar de literatura sobre/desde América Latina. Tenemos la
ventaja de conocer mejor el contexto bajo el que se ha hecho la literatura aquí
que un extranjero. Cada una de las novedades, tradiciones y compromisos de la
literatura latinoamericana debe ser tratada con el mismo nivel valorativo que
la literatura del exterior, puesto que es literatura como el resto. Pero, es la
interpretación, la manera de apropiación donde varía el proceso. La literatura
en América Latina es importante y heterogénea, es nuestra tarea demostrar su
constante movimiento, buscarla cuando se esconde, y permitir que se nos escape
para hallarla de nuevo; desde aquí y para todos.
Bibliografía:
Restrepo,
E. (2012). Antropología y estudios
culturales. Disputas y confluencias desde la periferia. Buenos Aires,
Argentina: Siglo XXI.
Tabarovsky,
D. (2004). Literatura de izquierda.
México, DF: Tumbona.