06 octubre 2015

Jugando a las escondidillas con la Literatura

Lee unos poemas el hombre
de otro planeta:
“un amor
capaz de convertir al sapo en rosa”,
y frunce el ceño:
¿qué es la rosa, qué el amor?
¿qué cosa el sapo?
No nos entendemos.

Eduardo Lizalde – El tigre en la casa


¿Qué es la literatura? La respuesta a esta pregunta se esconde detrás de cada nuevo texto en el primer momento que percibimos su sombra. La literatura y su definición nos enfrentan a un juego de escondidillas interminables, al cual, por el asombro estamos dispuestos a jamás rendirnos. La única certeza que tenemos todos los que de alguna forma nos relacionamos con esta disciplina amorfa –críticos, estudiantes, escritores, poetas, lectores– es que la literatura es vida.

La comunión entre vida y literatura va más allá del viaje que decidimos recorrer en y a través ella. Ya sea una realidad exacta o su desapego en la creación total de nuevos mundos: las esporas de la vida son el origen de la literatura. El autor libera la semilla, la obra artística la siembra y el lector le dispone de lo necesario para su germinación. La comunión está en su creación, transformación y trascendencia: la una existe por la otra, la otra debe su razón a la una.

Hemos mantenido el contacto con la literatura a través de los años por una única constante en ella: la capacidad de provocar asombro. Así como permitimos que la respuesta a qué es la literatura se nos esconda, de la misma manera jugamos con el asombro. No hay un esquema específico que el autor deba seguir para provocarlo en su lector: simplemente permite que la sombra que al inicio percibíamos se introduzca en la obra literaria y así la persigamos mientras leemos.

Muchas veces es el lector el que no posee capacidad de asombro, no como una escasez de él, sino la falta de cierto contexto en el que se desarrolla la obra. Si a un niño de diez años lo invitamos a leer los textos antiguos griegos o el Popol Vuh, lo más probable es que le parezcan aburridos. En determinados casos, la literatura opta por transformar los textos a un lenguaje más cercano con el lector, y así, le permite alcanzar el asombro. Por lo tanto, este está no solamente en la obra literaria, sino en la realidad del lector.

Sabemos que lo que nos mantiene en la obra es el asombro. Pero, ¿qué nos acerca a ella? Existen dos razones por la que mostramos interés en la literatura: para distraernos y para conectarnos. Siempre una de ellas es la intención consciente, la otra permanece oculta, pero presente. El acercamiento a la realidad está en el reconocimiento del origen literario en la vida. El alejamiento, en la extrañeza de lo nuevo, lo ajeno. La dialéctica entre ambos casos es la maravilla de la literatura: la ruptura de lo cotidiano para abrir los ojos y entenderlo como realmente es, dejar de sólo darlo por hecho.

(...) la literatura se vuelve radical cuando escribe contra la narración. La literatura que me interesa no despliega, sino que suspende, anuncia que algo se ha detenido, algo que escapa a la cadena lingüística, que la pone en cuestión; anuncia la emergencia de la singularidad, la llegada del futuro. (Tabarovsky, 2004: 62 – 63)

La ruptura de la literatura con la realidad no es la negación de ésta. Es novedad hasta el punto en que transforma lo que ya existe: busca la libertad, no el libertinaje. La diáspora de la literatura pasada no busca concentrar la nueva en un envase cerrado, en los famosos presupuestos estilísticos. Al contrario, busca crearla y enriquecer su existencia a través de la experiencia. Se han descubierto muchas formas de narrar y versificar; no es nuestra intención negarlas, sino enfrentarlas. La comparación de la literatura antigua con la nueva no debe ser una competencia, sino un asombro ante ambas, por la tradición y la novedad.

De la misma manera en que no se niega su pasado, la creación literaria no es divina. Es decir, no sigue el concepto de la aparición a partir de la nada. El ser humano es antes de crear la literatura, la literatura guarda algo de ese ser, y después éste, en su relación con la literatura es algo más. La literatura posee en sí misma el significado del hombre. La construcción literaria está ligada a lo que somos, escondida en el enlace con la realidad.

¿Hasta dónde el asombro, ese destello que nos atrae, es en realidad un guiño de nuestro ser escondido? A través de la literatura, de su lectura profunda, la realidad va abriéndose paso, nuestra realidad. Quienes somos está en nuestra lectura, mientras que el catalizador –el guiño de nuestra realidad– espera a que la reacción ocurra: el fenómeno de reconocernos a través de lo que al parecer alguien escribió, ahora reescrito por nosotros.

Durante la unión entre lector y obra artística debe ocurrir el estudio de la literatura. Acercarse a un texto desde un entorno ajeno, negando su rasgo de realidad, es estudiarla fríamente, quitarle la vida. Pero, en su oposición, absorberla por completa como nuestra, ajustarla a nuestros intereses, en un envase donde no cabe, es asfixiarla. Su tratamiento debe llegar a un equilibrio entre lo propio y lo ajeno. Somos de la obra literaria, y por ello nos enseña al mismo tiempo que le otorgamos significado. Estudiar literatura es mantenerla libre, abrazarla, no atraparla y asesinarla.

La crítica literaria ha procurado estructurar estándares que logren diferenciar entre los textos que son literatura de los que no lo son. Por supuesto que esta separación en manos de un ‘experto’ es importante, pero ¿cuántas veces los críticos no se han equivocado con obras de su tiempo que después fueron un gran éxito y hasta la fecha provocan asombro en los lectores modernos? Definir la literatura a partir de presupuestos estéticos y teóricos es lo mismo que ajustarla a nuestros intereses y asfixiarla. No niego los esquemas teóricos, puesto que muchas veces son de importante ayuda, sino los demuestro como eso: teoría, no verdad total.

Entre los preceptos estilísticos –que son acertado siempre que se traten como auxiliares y no determinadores– está la separación de la literatura de acuerdo a su relación con su contexto. En términos generales podemos hablar de tres tipos: tradicional, vanguardista y comprometida. La tradicional es la literatura hasta antes del siglo XX: su relación con los preceptos estilísticos es muy profunda. La vanguardista, aparentemente, busca alejarse de las normas tradicionales. La comprometida es aquella que expone un problema –en su mayoría, social– y hace reflexionar al lector.

Hablé de dejar en libertad a la literatura, como si ella fuera la única que la mereciera. En realidad, la literatura, a través de su propia liberación, nos la otorga a nosotros como lectores e interpretantes –razón por la que muchas veces es malentendida. La literatura, en relación con su realidad, posee realmente los tres esquemas anteriormente dichos, y está en nosotros elegir cuál seguir, cuando lo ideal sería admitir la existencia de los tres. La literatura posee un secreto que le da belleza (tradicional) y novedad (vanguardista) que en resultado provoca asombro y revaloración de lo humano (comprometida).

La verdadera literatura no es la que sigue al pie de la letra los sistemas de versificación o la que, sin interesarse por la forma, denuncia hechos sociales. La verdadera literatura es la mezcla de los tres, cuyo único interés constante es tener a un lector a quién cambiar. Nos dicen qué es literatura y qué no lo es: es nuestra tarea atrevernos a demostrarlo, y en su caso, desmentirlo. Mi postura crítica no está, ni estará basada totalmente en argumentos teóricos o compromisos sociales. Estará en medio, en el lugar donde YO como lector, puedo otorgarle mi experiencia a otro posible YO, y éste, mediante la suya a otro YO, así hasta lograr una continuidad.

No he ahondado específicamente en la literatura latinoamericana para no cometer el error de envasarla y ahogarla. Es cierto que no es igual a la occidental u oriental, y en definitiva, ha creado sus propios preceptos estilísticos. Pero envolver a la literatura latinoamericana en su inmensa diversidad –así como también sería el caso de la occidental y oriental– sería asfixiarla y anularla. Eduardo Restrepo hace la siguiente reflexión en relación con los estudios culturales y la literatura puede servirse de ella:

Desde el lugar donde se enuncian los estudios culturales, hay algunas preguntas, un tipo de bibliografía, unas conversaciones y problemáticas que pueden marcar cierta especificidad, pero la latinoamericanidad es una entidad heterogénea, muy diversa. (...) Por tanto, siguiendo a Nelly Richards, es más adecuado referirse a estudios culturales sobre/desde América Latina que a estudios culturales latinoamericanos. (Restrepo, 2012: 186 – 187)

La crítica literaria en América Latina debe ser hablar de literatura sobre/desde América Latina. Tenemos la ventaja de conocer mejor el contexto bajo el que se ha hecho la literatura aquí que un extranjero. Cada una de las novedades, tradiciones y compromisos de la literatura latinoamericana debe ser tratada con el mismo nivel valorativo que la literatura del exterior, puesto que es literatura como el resto. Pero, es la interpretación, la manera de apropiación donde varía el proceso. La literatura en América Latina es importante y heterogénea, es nuestra tarea demostrar su constante movimiento, buscarla cuando se esconde, y permitir que se nos escape para hallarla de nuevo; desde aquí y para todos.

Bibliografía:
Restrepo, E. (2012). Antropología y estudios culturales. Disputas y confluencias desde la periferia. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI.

Tabarovsky, D. (2004). Literatura de izquierda. México, DF: Tumbona.

27 febrero 2015

180 días paulistanos

Hace 22 días que llegué a São Paulo, Brasil. Soy mexicana, estudiante de octavo semestre de la Licenciatura en Letras Latinoamericanas y realizaré un intercambio en la FFLCH de la Universidad de São Paulo. Pasaré seis meses en el país de la samba, alejada físicamente de mi familia, mi lengua y del clima frío que acostumbro. El propósito de este apartado, mismo que revivirá el Blog Macramé de Ideas, es hacer un diario sobre los 180 días paulistanos que estoy viviendo. Es un ensayo, un cuederno de viajes y una forma de comunicarme con los mexicanos.

Para comenzar, quiero enlistar las primeras impresiones que tuve del Brasil en mis primeras dos semanas. Puede que con el tiempo desarrolle más algunas y cambie otras, pero por el momento, aquí van:

  • Por el calor que hace, las chanclas son algo muy común, y al salir uno a la calle con ellas no da una imagen de fodonguez. 
  • Bañarse dos veces al día es completamente normal.
  • Andar descalzo en casa, también.
  • Hay una seria escasez de agua en Brasil y aún así, en São Paulo llueve tremendamente.
  • El equivalente a Televisa aquí, se llama Globo.
  • El transporte es extremadamente caro: 3,50 reales, eso es equivalente a 19 pesos con 25 centavos. Sin embargo, es mucho más fácil ubicar cada una de las rutas aún siendo extranjero.
  • La gasolina también es cara, está en un aproximado de 17 pesos el litro. Y los coches también funcionan con etanol, éste está en 11 pesos.
  • Los estacionamientos también son caros: el más barato que he visto estaba en 7 reales la hora: ¡38 pesos! Y me quejaba de los del centro de Toluca...
  • São Paulo, y supongo que Brasil entero, tiene una variedad enorme de embutidos. A ellos les llaman lingüiça.
  • Así como no a todo mexicano le gustan las rancheras, no a todos los brasileños les gusta la samba. Puede sonar muy lógico, pero a veces damos por hecho que conocemos bien las tradiciones de un país sólo por lo que vemos en la televisión.
  • Hablando de eso, aquí van las cosas con las que los brasileños nos relacionan: Chapeução (Sombrero de charro), pimenta (Chile), tortilia (tortilla) e tequila.
  • Hay cierto éxtasis por las "paletas mexicanas", sólo que no son mexicanas: son como paletas heladas con relleno cremoso.
  • Los brasileños reciben muy bien a los extranjeros, sobretodo a los latinos. Les gusta hablar en español cuando saben que esa es mi lengua de nacimiento.
  • La forma de decir gracias con la mano la confunden con la de mentar la madre, así que es mejor no hacerla. Su seña es como un 'me gusta'.