La conversación que se llevaba a cabo no tenía ninguna lógica para él. De vez en cuando sus oídos recibían ruidos cercanos a las palabras, sonidos sin un sentido claro. Por supuesto que no era culpa de quienes los proferían, sino de su mente, que siempre se negaba a mantenerse cerca de su cuerpo.
No diremos que se distrajo con cierto aleteo - distraído ya estaba desde que comenzó la plática - pero sí fueron dos alas blancas en lo que su mente se detuvo. Sin pensarlo, como si el instinto se hubiera apoderado de él, sus manos alcanzaron al animal y por unos segundos lo encerraron. En cuanto la jaula de piel y músculo se abrió, la mariposa blanca - tal vez aterrada - permaneció quieta durante unos segundos.
Él sonrió y al poco rato ella voló: otra vez.
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