02 octubre 2010

Perfume de Oro - Pte. 2

Mi mente me dice que pare. Mi cuerpo insiste en tenerte aquí. Y a mí corazón le basta con pensar en ti. En ti, en esos ojos claros y cabellos oscuros. En esa sonrisa, que aunque falsa sea, luce tan llena, tan tierna. Te añoro desde el primer momento, te necesito conmigo. Si no estas aquí, mis manos no volverán a sentir calidez; y es que tu piel las deslumbró.

Así empezaba su próxima historia. Desde hacía unos días había decidido comenzar su nueva obra. Llevaba mucho tiempo sin siquiera ser capaz de escribir una carta. La inspiración parecía haberle olvidado y ella se la regresó.

Las palabras salían una tras otra sin dificultad alguna; sólo bastaba admirar su rostro, almacenado en su cabeza. Hablaba sincero, como jamás antes lo había hecho. Se lo había confesado, pero ella sólo volteó la cabeza y continuó con su trabajo. La amaba ¿qué tan difícil era entenderlo?

Los párpados comenzaban a pesarle, invitandole a dormir. No tuvo otro remedio más que dejar el cuaderno y la pluma a un lado. No tardo mucho en adentrarse en sueños, algo que como cada noche, esperaba ansioso, y sólo para volverla a ver.



-- Hermosa mujer la que traes contigo, Raúl. - elogió el hombre de cuarenta.

Un calvo, con notable barriga, sonrió ante el comentario. Provocaba nauseas el tan sólo ver cuanto le exitaba llevar de mano mujer tal. Poseía una cara de pervertido sexual indudable; y lo era, algo que quedo claro cuando le apreto la pompa izquierda de mujer de vestido.

-- Su nombre es Rocío. Cada día hacen más buenas a estas muchachas.

El comentario le causó incomodidad. Nunca le había gustado que se hablara así de una mujer, ni mucho menos estando ella a un lado. Podía ser una acompañante, una mujer que cobraba por soportar a los más disgustantes empresarios de la época - cabe destacar que Raúl lo era - pero seguía siendo un ser humano mereciendo el debido respeto.

-- Un placer, Rocío, mi nombre es Daniel, Daniel Soto.

-- He escuchado de usted Sr. Soto. Inviernos en París es una de mis novelas predilectas. Creame que es un honor conocerle. -- Su voz, armoniosa y sencilla, como si el viento mismo fuera quien hablara.

-- Me halagas, Rocío. Pero porfavor, llámame Daniel. La formalidad nunca fue una de mis cualidades.

Ella le dirigió una sonrisa, diferente a la que le concedía a su acompañante; ésta era sincera. Se dieron la mano y marcharon en busca de otro colega. Aquel había sido su primer encuentro, fue la primera vez que disfrutó una fiesta de tal élite. Y aquel había sido su sueño desde entonces, con Rocío, su adorable musa Rocío.

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