02 octubre 2010

Perfume de Oro - Pte. 4

9:00 pm


--Pero porfavor, llámame Daniel. La formalidad nunca fue una de mis cualidades.

Rocío miraba una y otra vez el reloj. Sus lineas rojas formaban números, números que tardaban una eternidad en ser modificados, uno por uno, hasta llegar a la combinación que ella esperaba con tanta ansia. Sentada sobre su cama, tacones y vestido negro acompañandole, trataba de eliminar cada gota de nerviosismo en su interior. Respiraba de manera normal, no sentía cosquillas, no le temblaban las manos ni sentía que el corazón se le parase al siguiente minuto: estaba tranquila, su cuerpo lo estaba. 7:31. Cambió el reloj como un milagro.

-- ¿Qué es lo que pasa Rocío? ¿Es lo que estabas esperando toda la vida? Es sólo un escritor, un maravillos escritor. Eso es, eso es lo que te deslumbra, que sea un maravilloso escritor. Eso es todo. No pasa ni pasará de ahí. 

Mentiras. La mujer de negros cabellos no hacía nada más que decirse mentiras. Tal vez al principio así había sido; con aquellas palabras - que por más sencillas que fuera - la habían, justo como ella dictaba, deslumbrado. La formalidad, la asquerosa formalidad que uno debía soportar día a día en un trabajo como el suyo. Seguramente el cambio, el que la entendieran la había llevado hasta ahí. 

Lo buscaba en todas y cada una de las fiestas con su disimulada mirada; luego, bastaría con susurrar a Raúl que deseaba un poco de vino, y se escapa hasta encontrarse frente a los marrones ojos con los que soñaba. Arte, política, sociedad, comida, chistes, fantasias; no importaba cual fuera el tema, su voz seguía siendo igual de profunda y reveladora. Nunca en su vida había conocido alguien tan enamorado de sus ideas, quien con cierta necedad, las protegería y lucharía por ellas cuando las criticaran. Por muy dentro de sí, Rocío esperaba hiciera lo mismo con ella, que la convirtiera en sus ideas.

7:32. Otro minuto más para restar a la larga espera. Ahora sólo faltaban... una hora con 28 minutos; Si 60 segundos le parecían un milenio, ese tiempo le antojaba más tiempo de lo que un elefante pudiera vivir. Con esto, se decidió a no esperar sola, un café merecía acompañarla. Se levantó rápidamente sin voltear, dirigiendose directo a la cocina. Agua hirviendo, bolsa de té, azucar y una cucharadita. 

La infusión mojo sus labios, quemandole levemente la piel. El reloj había avanzados unos perfectos 20 minutos durante la preparación de la bebida. Y ahora, extrañamente ahora, deseaba retroceder el tiempo. No estaba lista. ¡No estaba lista! Se sentía como una niña boba en su primera cita, sólo que está vez su madre no estaba para darle consejos y advertirla de la maliciosa mente de un hombre.

7:53. Siete minutos más y faltaría sólo una hora. Ahora no sólo comenzaba a dudar, si no a hallar defectos en su vestimenta. ¿Iría muy formal? Por que no sabía a donde la llevarían; qué tal si se trataba de un lugar de poco élite. El mismo había dicho que la formalidad no era uno de sus fuertes, y ella estaba exactamente así, formal. No importaba: trató de convencerse. Prefería salir a comer bien vestida al campo, que mal vestida a un restauran de 5 estrellas, más valía prevenir.

8:20. ¿Por qué de pronto el tiempo avanzaba más rápido? 8:25. Ahora 5 minutos era como una milesima de segundo. 8:45. Revisó su maquillaje. 8:56. Esas mariposas en el estomago comenzaban a recordarle que sí existían en ella. 8:59. Cerró los ojos con fuerza, estaba ya frente a la puerta; a continuación, un: Ding-Dong.

Ojos marrón. Barba y bigotes cobrizo. Sonrisa... perfecta. De momento a otro, todo desapareció. No importo el tiempo, los nervios, las dudas. No importaba nada. Por primera vez, serían él y ella, sólos.

-- ¿Lista?

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