02 octubre 2010

Perfume de Oro - Pte. 3

Copa de Vino


-- Tengo frío.

Sus grises ojos lo miraban suplicantes. La desnuda piel de sus brazos comenzaba a demostrar lo que sentía: poco a poco se iba enchinando. Eso provocó un chispazo dentro del cuerpo de Daniel; verla ahí, abrazandose para cubrirse del viento, le recordaban a una niña pequeña que necesitaba protección. Deseaba con todas sus fuerzas ser él quien se la brindara, pero ¿era el indicado?.

-- ¿Quieres que llame a Raúl?

Esa ansiedad y chispa en las esferas de su rostro desaparecieron como vela que se apaga con un soplido. Grave error: pensó para sí. Que respuesta tan insensible e idiota le había dado. Después de que ella había cedido, él no había hecho más que cerrar la puerta, justo en sus narices, con un fuerte "PAZZ" acompañado.

-- No. - Tan seca y cortante. Hasta sus ojos se habían desplazado lejos de él. La copa de vino, que con tanta gracia y elegancia alzaba en sus manos, pasó a reposar, sola y triste, sobre la mesita de cristal. - Será mejor entre nuevamente a la fiesta. Pase buena noche, Sr. Soto.

Y sé fue. Ni un adiós ni hasta luego. Sólo un vacio "pase buena noche". Dolía, dolía como si el vidrio de su copa se hubiera roto entre sus dedos. Bajó instintivamente la mirada hasta sus manos. No había sido una ilusión; el vino estaba derramado en sus zapatos y gotas de sangre escurrían hasta el suelo.

Se descubrió mirando el vacio de la habitación. El muro café lo observaba fijamente y el cuadro reposando sobre él, era testigo de sus sueños. Sólo esos dos sabían el impacto que Rocío le había dejado. Noche tras noche se sentaba con pluma y papel en mano, dispuesto a avanzar dos capitulos más de su novela. Desde hacía tres semana, había sido el mismo resultado: sólo ganaba recuerdos y ni un avance.

¿Cuánto había sido el tiempo que convivieron juntos? ¿Cinco, seis meses? Raúl se había encaprichado con esa muchacha, y con el paso de los días, no sólo la llevaba a encuentros y fiestas si no que se le veía caminar con ella o cenar en algún restaurante de suma fineza. Pero desde aquella noche, ya no la había visto. En una desesperación de lograr disculparse de ella, había preguntado al empresario por su destino. La respuesta había sido igual de dolorosa que el rechazo.

Hacía una semana, Daniel había perdido toda esperanza; Raúl había presentado a una nueva chica: Esmeralda. Así como su nombre, ella era igual de extravagante. Una muchacha más joven que Rocío, no superaba los 27. Rubía y completamente hueca... pero tenía todo lo que el viejo quería: curvas. Sí, esa Esmeralda le hizo darse cuenta que no la vería de nuevo. Y quería morirse por eso, ya que la desesperación era demasiada.

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