09 mayo 2011

Diarios de Julia. - Parte 4

Querida, Julia.


Primero quiero que entiendas una sola cosa. Te amo. Lo hago y siempre lo haré. Pero por ahora necesito tenerte lejos; lejos para no llegar a odiarte (que es lo qué menos quiero).


No sigas. Te lo suplico: detente. Tus palabras no te hunden, pero tampoco surten efecto alguno en mí y mi decisión. Por ahora, por un tiempo, ya no puedo cuidarte. Cuidate tú, y no trates de cuidarme a mí. ¿Qué te parece que cada quien se encargue de su persona y punto? Haz crecido, ya no me necesitas, así que madura. Madura y encárgate tú sola de tu vida. Acepta las consecuencias, enfrenta tus errores; o mejor dicho: ¡admite tus errores!


Te amo, Julia. Pero no, no quiero que me convenzas que lo que hiciste fue por mi bien. Lo hiciste por ti, porque sólo piensas en ti. Viste competencia en el camino, y te encargaste de exterminarla. Lamento decirte que con ello no me ganaste de nuevo para ti sola, en cambio perdiste buena parte de mí (pero no toda, porque aún te amo)


Pero fue mi error y por eso lo siento, y porque te amo, no volveré a arreglar tu vida, hermana. Debes aprender por tu cuenta.


Carla.

No fue una sorpresa encontrarse con esa hoja de papel doblada entre las páginas de su diario. Sabía muy bien lo que significaría para Julia en el momento en que la escribió y la mandó. No se arrepintió, ni se arrepentía, pero seguía preguntándose que sería de ella y su hermana si esa carta no fuese mandada, si hubiera aparecido ese día en el parque. Hubiera, hubiera, hubiera. ¡Los hubieras no existen!

La carta estaba en perfectas condiciones. Sólo se veían las marcas de los dobleces. Ni una evidencia de enfado, llanto o cualquier sentimiento estaba impregnada en la blanca hoja. Sin embargo, algo de Julia había quedado en ella; podía imaginarse a su hermana en su habitación, leyendo una y otra vez aquellas palabras. Soltar un par de lágrimas. Contener la rabia de romperla en mil pedazos. Convencerse de que lo leía y no estaba en un sueño.
-- ¿Seguro que ese era el número?

-- Sí.

-- Me odia.

-- No lo hace, no podría hacerlo.

-- Entonces porqué lo hace. - trataba de mostrarse fuerte, pero fue inevitable que una lágrima se le escapara.

-- Debo decirte algo, Carla. - su expresión era seria, quería abrazar a Carla y decirle que todo estaría bien, pero no podía mentirle.

El rostro de la mujer giró hasta los ojos del detective. Disfrazó la debilidad que la lágrima asomaba con un rostro frío, inexpresivo.

-- No hagas las cosas de rodeos. ¡Suéltalo, Rogelio! - La voz era áspera, como la de una madre que acaba de descubrir la travesura de su hijo y quiere que este la confiese. 

-- Es extraoficial, la policía no lo sabe. Sólo yo y la persona que me lo compartió. - comenzó, sonaba decidido pero Carla percibía su nerviosismo.

-- ¿Quién? 

-- Fernando. Un conocido de tu hermana. - Sabía de quien hablaba, Julia lo había escogido como presa de sus instintos femeninos hace más de un año. - Me contactó, él me dio el teléfono. Mataron a alguien y tu hermana es testigo.

-- ¡Es una idiota! Cree, como siempre, que ella va a lograr resolver todo.

-- No he terminado. Mataron a un periodista, y según Fernando, Julia asegura que fue un policía. Tengo la sospecha de quien es, ella lo identificó pero no quiso compartir toda la información por seguridad, pero sé quien es. Este hombre tiene fama de corrupto, pero es intocable.

-- ¡Al grano, Rogelio!

-- Es el hijo del Diputado Zaragoza, Eduardo.

Las palabras desparecieron de la habitación. La sala de Carla ahora era una zona de silencio absoluto. Era un asunto grave, el mismo hijo del diputado más famoso de la comunidad era un asesino. Su padre tenía fama de ser duro, exigente, terco, pero un excelente político y nunca ambicioso. Eduardo en cambio era la oveja negra: perezoso, ambicioso, y egoísta. Tenía trabajo gracias a las palancas de su padre, y hacía lo que le placía porque sabía que estaba bien protegido. Por un momento no le pareció por completo una locura, incluso se imaginaba que aquél "bastardo" (como ella lo llamaba porque estaba segura de que no tenía los mismo genes que su padre) era capaz de matar.

-- Lo está volviendo a hacer. Diablos, no sabe donde se acaba de meter. - susurró por fin. - ¿Sabes dónde está?

-- Sí, pero te puedo asegurar que la llamada la hizo sentirse insegura y cambiará de lugar. Pero haré lo que pueda, tengo contactos, contactos que quieren que Eduardo Zaragoza caiga. Con la ayuda de Fernando, puedo lograr que se haga justicia. - sonaba convencido - Pero... ¿lo está volviendo a hacer? ¿a qué te refieres?

-- Que al último asesino que trató de exponer, fue mi novio. Creo que sabes muy bien como termino esa historia.

Rogelio Martínez, entumiendo la quijada, sólo asintió.

06 mayo 2011

Cuando.

Cuando nuestros "hola's" los intercambiamos por un "te quiero" y evitamos pronunciar un adiós.

Cuando las palabras ya no alcanzaban para terminar una frase, y era necesario un beso.

Cuando a través de mi mirada te veías como espejo, mientras que mi estómago ofrecía hospedaje a un cosquilleo...

... mi piel te memorizó.

04 mayo 2011

Pared


Es increíble como una pared puede transformarse en el recuerdo de mil travesuras, mil llantos, mil enfados... pero sobre todo, la pantalla de un millón de buenos momentos.