30 diciembre 2010

Adiós 2010.

Se nos escapa de las manos mientras le permitimos ser nuestro pasado ¿Un buen o mal recuerdo? Sólo un recuerdo. Cosas buenas, cosas malas. Sonrisas, llantos, gritos, carcajadas. Se nos escapa de las manos mientras le permitimos ser nuestro pasado. ¿Estamos realmente listos para dejarte ir, 2010? Se acaba una década, una etapa más. Un año más.


Coctel de Palabras (Zyan Ponce) les desea un muy feliz  Año Nuevo.

22 diciembre 2010

Diarios de Julia. - Parte 2.

Eres libre, no te buscaré más, hermana.


Le había costado el alma escribir esas palabras. Renunciar a su hermana resultaba algo más complicado de lo que cualquiera pudiera imaginar.Negar la sangre que las une, cortar un lazo imaginario que las mantuvo cerca durante 34 años. Se sentía como un bebé que estaba siendo separada por el cordón umbilical de su madre; porque más que su hermana, Carla era como su madre.

Las hermanas Robles siempre estaban juntas. De no ser por los tres años que las separaban, se les confundiría como gemelas. Era difícil entrar en su pequeño círculo, entenderlas. No tenían amigos, novios o conocidos cercanos; se tenían a ellas. Si algún hombre entró en su vida, fue por mera necesidad humana, y a la semana era historia pasada. Nunca tuvieron una relación más fuerte con otra persona que la que tenían entre ellas; y era de esperarse ya que podía decirse que vivían solas.

A los dos años de nacida Julia, su padre desapareció. Tal vez las abandonó, tal vez murió; nunca supieron la verdad ni les interesaba. Aquel hombre había estado ausente en sus vidas desde su nacimiento; su padre, para ellas, era como una sombra; otro hombre que se volvió historia. La madre era el sustento de la familia, trabajaba como mesera en las mañanas y como mucama de un hotel en las tarde-noches. Y casi siempre estaba ausente. Carla se encargó de los deberes de la casa apenas cumplió los 10 años. Maduró rápido, ya que no le quedaba de otra si deseaba darle alguna figura modelo a su pequeña hermana. Julia sobrevivía sin hablar con su madre, pero más de un metro de distancia entre ella y su hermana la ponía ansiosa.

Al principio la unión era divertida, cómoda para ellas, en la adolescencia se había convertido más en una necesidad que una común relación fraternal. Carla necesitaba cuidar a Julia y ésta ser cuidada. Una sensata, otra rebelde. Una admirada en el salón de clases, otra con el título de problemática. Un ejemplo simple y rápido del yin y yang.


Cuando repasas la vida de ambas, es fácil entender como llegaron a ser lo que son. Carla ganó becas, fue la mejor de su clase y consiguió un trabajo envidiable por todos los empresarios de la ciudad. Nunca se casó, ni tuvo hijos; el cariño que le faltaba, comenzó a llenarlo con cosas materiales. Julia, inteligente pero incapaz de completar los estudios. Terminó como ayudante, llevando café y ordenando archivos, en un periódico.Comenzó a ofrecer ideas a uno de sus colaboradores, y este al ver su potencial, le consiguió un  puesto como periodista; pronto su trabajo se convirtió en su vida.

Tan diferentes, tan unidas. Sí, le había costado el alma escribir tales palabras, pero jamás pensó en desaparecer. Aquella noche fue sin querer. Sus ojos miraron al lugar equivocado en el momento equivocado, como todos los testigos esenciales de un crimen. Sólo que este testigo no sería protegido por la policía, si no perseguido para callarla. Tenía contactos gracias a su carrera, tendría que borrarse del mapa, encontrar a un experto y huir, huir para sacar a la luz aquel descubrimiento.

07 diciembre 2010

Sueño profundo.

No se quitaba la vida por dolor. Imaginaba la muerte como un sueño profundo, de esos que te encuentras tan cansada que ni siquiera piensas, o sueñas. Tampoco era que estuviera cansada, no lo estaba. Era una niña feliz.

A sus 15 años jamás había sentido la necesidad de lastimarse, se amaba y se respetaba. Era por eso que lo hacía. Sacrificaba algunas cosas para conseguir lo que realmente necesitaba.

Tenía dos maravillosos padres. Estos le habían enseñado valores y regalado su cariño cada día que amanecía. No había ningún vacío, iba bien en la escuela, no odiaba a nadie, tenía estupendas amigas y ningún chico que le hubiera roto el corazón. No era la vida perfecta, pero estaba satisfecha.

Tal vez era eso. Estaba satisfecha y no había razón para continuar en ese lugar; era momento de avanzar. Sus ojos permanecían cerrados, ajenos a la oscuridad que se metía por la ventana de la recamara. Olía bien, el silencio que había regalaba  una melodía deliciosa. Su boca saboreaba su propia saliva, le antojaba algo dulce. Su cuerpo se dejaba llevar por el masaje que el aire le proporcionaba.

Recostada en la cama de su madre ingirió las pastillas. El coctel tenía desde aspirinas hasta tranquilizantes; todo lo que había podido encontrar en el botiquín. No sabía qué contenían, o que efectos le daba, ni le interesaba. Lo que importaba era que estaban dando resultado.

Su cuerpo comenzaba a sumergirse cada vez más sobre las sabanas. Sin frío. Sin calor. Disfrutaba cada reacción química que la liberaría. Así como la cicuta había curado a Sócrates, las pastillas hacían lo mismo por ella.

Pronto sintió desprenderse de su cuerpo, como si fuera un extraño gas que escapaba por la figura de carne y hueso por la boca, la naríz, los oídos. Una estructura solamente que la había resguardado desde su nacimiento. Su último suspiro no fue suyo, fue del mundo que se despedía de ella; deseándole éxito aún sabiendo que sería extrañada.

No se quitaba la vida por dolor, angustia o una banal experiencia. Sabía que ahí terminaba, que Alma Calzada dejaba de existir. Se quitaba la vida para dársela a alguien más, alguien que no estuviese satisfecho aún. Alguien que todavía le faltara mucho por vivir, por ser feliz.

No me quito la vida porque quiera huir. Se la regalo a alguien más, y espero que tú, mamá, tú, papá, logren entender.


Esas eran sus últimas palabras, lo último que escribiría en la hoja de papel que yacía junto con su estatua. Porque ya no era nada más que una estatua, una estructura sin nada.